Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1672
Legislatura: 1899-1900 (Cortes de 1899 a 1901)
Sesión: 13 de noviembre de 1899
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 60, 1825-1826
Tema: Conducta política del Gobierno durante el último interregno parlamentario

El Sr. SAGASTA: Bien habría deseado yo que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros hubiera correspondido con su conducta a la conducta que he observado esta tarde, porque habiendo sentado la tesis de que el conflicto de Barcelona se había convertido en un duelo a muerte entre Barcelona y el Gobierno, he tenido especialísimo cuidado en no atacar al Gobierno ni a Barcelona, porque no queriendo yo otra cosa que buscar solución para el conflicto, claro está que era mal medio de buscarla el venir a atacar o defender a una de las partes, pero el señor Presidente del Consejo de Ministros no ha correspondido a mis intenciones, a mis deseos y a la manera que he tenido de plantear la cuestión porque S. S. ha empezado por atacar a una de las dos partes que sostienen el duelo empeñado entre Barcelona y el Gobierno. Su señoría ataca duramente a los contribuyentes morosos, que, dígase lo que se quiera, es atacar hoy a toda Barcelona, puesto que toda Barcelona, sobre todo en las últimas cuarenta y ocho horas, está de parte de los contribuyentes morosos, y los ayuda y los alienta. (Rumores). El que no lo ve está ciego porque quiere estarlo. (Aprobación en la minoría) .

El Sr. Presidente del Consejo no le da importancia a este asunto; por lo menos no se la ha dado hasta ahora. No sé si de aquí en adelante se la dará tan grande como se la doy yo, y como probarán los acontecimientos, si esto no tiene pronto remedio.

Pues si el asunto no tenía importancia, si era solamente cuestión de unos cuantos contribuyentes morosos que se resistían pasivamente al pago de la contribución, ¿a qué la suspensión de garantías? ¿A qué la declaración del estado de guerra? ¿A qué el bando del capitán general, amenazando con los tribunales militares y con Consejos de guerra sumarísimos a los que, no estando dentro del Código pena, no se puede nunca someter a los tribunales militares, ni aún en circunstancias extraordinarias, y en estado de guerra? ¿A qué esas medidas verdaderamente extremas, si la cuestión no tenía importancia? (Aprobación).

¡Ah, no! Su señoría vio desde luego la importancia que el asunto tenía, no ya como cuestión de orden público, sino como síntoma de algo más grave, más difícil de resolver que la cuestión de orden material; porque eso, que al principio no se presentaba más que como pequeña hoguera, podría muy fácilmente extenderse y convertirse en voraz incendio.

Por eso buscaba yo una pronta solución. Y si S. S. cree que un conflicto de esta naturaleza puede resolverse sin más que esperar y con la paciencia del Gobierno (en lo cual se contradice S. S., porque si fuera cuestión que se resolviese sólo con paciencia, ¿a qué las medidas extraordinarias que S. S. adoptó?); si S. S. cree que debe seguir con esa paciencia, y además, ha visto que las medidas extraordinarias no sirven para nada en Cataluña, como no sea para cometer arbitrariedades que no tienden a la solución, sino a la complicación del conflicto; si con el estado de sitio hay manifestaciones de 20.000 hombres y se tremolan banderas y se dan vivas y se producen tumultos, comprenda S. S. que el continuar esas medidas extraordinarias, sólo conduce a desacreditarlas y a desacreditar al Gobierno que las emplea. Y si por otra parte los catalanes no han perturbado el orden público, que yo sepa, hasta el punto de resistir a la fuerza armada o de realizar algún otro acto de agresión, yo creo que el Gobierno tiene el deber de levantar en el acto la suspensión de garantías, no por petición de los catalanes, sino porque es innecesaria y porque puede hacerlo sin desdoro, dentro de ese temperamento de paciencia y de espera que se ha propuesto aquí.

¿No quiere S. S. eso? ¿Se opone a eso? Pues yo lo siento; pero tenga por seguro S. S. que el conflicto continuará; y no es el mal que el conflicto continúe, sino que se extenderá. (Rumores).

A evitar este otro mal, es a lo que tendían mis indicaciones. Porque es un error, Sres. Diputados, y un error grande, el creer que manifestaciones de la opinión como la presente, pueden someterse a los moldes estrechos del Código penal, ni siquiera a las disposiciones meramente políticas de un Gobierno; porque esas manifestaciones de la opinión, revelan un estado social grave, profundo, propio de un pueblo que no se encuentra con aquellas condiciones de vida a las que se considera acreedor. Lo que se necesita ante conflictos como el de Barcelona, es mucha moderación; no abusar tanto de las soluciones jurídicas, ni de las soluciones políticas, y prepararse para que el conflicto cese, y cese pronto; sin olvidar yo, al decir esto, que S. S. tiene el deber de que la solución que se procure, venga sin desdoro para los poderes públicos, a lo cual me opondría yo más que nadie, porque no hay nadie que tenga más respeto que yo al prestigio de los [1825] poderes públicos. Todo aquello que pueda ir contra ese mismo respeto, lo he combatido, lo combato y lo combatiré con todas mis fuerzas.

Pero, vamos a ver cómo podemos llegar a términos de solución, porque si no, me voy a ver en la necesidad de plantear a S. S. un dilema.

La situación es grave, eso no se puede ocultar, sería grave en todas partes, pero es más grave aún en España, país de pasiones, país de vehemencia, país como Dios lo ha hecho y como hay que aceptarle; y si este conflicto dura algún tiempo, no tenga S. S. duda alguna de que tendrá eco en muchas regiones; y si lo tiene, ¡ah, qué difícil va a ser entonces resolverlo! ¿Es que S. S. tiene esperanzas, fundadas en una sólida garantía, de poder terminarlo por los medios que le dan las leyes? Pues si las tiene, resuélvalo en bien de todos; pero si carece de esas esperanzas, si por antecedentes, si por compromisos mal interpretados, por lo que quiera que sea, los medios que S. S. puede emplear dentro de las leyes no tienen el valor y la eficacia necesaria para ello, entonces, Sr. Presidente del Consejo, yo me vería obligado a hacer a S. S. una petición, y es, que de no resolver pronto el conflicto, deje S. S. ese puesto a otro que tenga en este asunto mayor libertad y menos compromisos. Y entienda el Sr. Presidente del Consejo, que no le hago esta petición en provecho mío; porque yo declaro de la manera más terminante, que hoy el partido liberal no aspira al poder. ¡Bastantes veces lo ha obtenido, cargando por ello con tremendas responsabilidades, para desear obtenerlo hoy en tan malas condiciones! (Aplausos.) No, no le hago esta petición en provecho mío, sino por la paz pública, seriamente amenazada, y por el bien de todos y de todo.

No tengo más que decir. (Aplausos).



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